Por Marcos Olivares
En mi vida profesional, he tenido muchas experiencias, algunas muy buenas, otras no tan buenas, pero todas me han dejado cerros de lecciones y conocimiento.
En esto, me quiero referir a un caso que sucede cada vez que se cambia al Líder, Jefe, Director, por la razón que sea, lo que cimbra siempre el ambiente laboral, pues genera incertidumbre y nerviosismo entre el personal, ya que corren el riesgo de perder su “chamba”.
Por lo general, el nuevo jefe llega con la idea de que lo que existe no sirve, por eso llegó él, para lograr metas, acabar con las formatos y metodologías de trabajo que no funcionan, hay que hacer las cosas de otra manera, y eso incluye al personal; no está liderando, está imponiendo.
En muchas organizaciones, la necesidad de control se disfraza de estrategia y termina por desplazar lo que ya funcionaba.
Sin embargo, nunca he visto que el que llega, haga un análisis de los recursos que tiene, nunca he visto que haga un diagnóstico de lo que no funciona y lo que sí.
Este fenómeno se da porque el nuevo Líder solo le tiene confianza a los que ya están probados por él, y no se da la oportunidad de valorar los elementos que, si funcionan, sean estos recursos humanos, materiales, metodologías y sistemas administrativos y de operación, y esa actitud yo la calificaría como:
Un director (porque no merece el título de Líder) que prioriza el control y la lealtad inmediata, por encima de la evaluación objetiva del talento interno, lo que conlleva el riesgo de sacrificar capital humano valioso, a cambio de velocidad en la consolidación de su poder.
Practicar esta actitud, tiene un significado de riesgo muy alto, indica que su estilo de liderazgo es autoritario, pragmático e inseguro.
Hay quienes, al asumir una nueva posición o lanzar un proyecto, creen que el éxito depende de repetir su vieja receta. Llegan con su gente, sus procesos y sus proveedores; no escuchan, no observan o, simplemente, no se adaptan. Y cuando el entorno no encaja con su manual, lo descartan.
Olvidan que un negocio no se transforma imponiendo; se transforma entendiendo.
Estas prácticas causan división, entre los que se quedan y los que llegan, la convierten en dos instituciones, y empeora el trabajo en equipo, características base del éxito.
El nuevo director está convencido que eso es lo correcto. Porque así se hace y porque en su cabeza, liderar es llegar con los tuyos. Y ahí inicia la debacle, pues no se puede liderar a un equipo dividido y asegurar que así llegará a cumplir con las metas establecidas, el mismo pronto se dará cuenta de su equivocación.
“Si cambian todo sin escuchar, no estás liderando. Estás imponiendo” .
Un nuevo jefe llega y en lugar de observar, escuchar y construir con lo que hay, importa a su equipo, su grupo, sus amigos, sus “cracks”.
Como si el talento tuviera pasaporte, como si una cultura se pudiera empacar en una maleta.
El que se preciaba de ser un Líder Competitivo, resultó ser un ratón con resentimientos de malas experiencias pasadas, de mala preparación de Liderazgo, falta de autoestima, entre otras más.
Lo afirmo, eso no es estrategia. Es inseguridad disfrazada de estilo con gente que no te rete, que ya te conoce. Es buscar control, no impacto.
El Líder impostor no construye equipos, los arrastra consigo, como si fueran parte de su mochila, no de su misión. ¿Y el daño? No se ve en el Excel. No aparece en el reporte semanal.
Pero está en la desmotivación de quienes sí creían. En los que estaban creciendo y fueron desplazados. En los que se preguntan: “¿de qué sirve darlo todo si, al final, va a traer a los suyos?”.
¿Qué hace un verdadero Líder de impacto?
1. Llega con humildad. No con fórmulas enlatadas ni un ejército personal. Escucha, entiende, valida lo que ya funciona.
2. Evalúa con criterio, no con apellidos. No todos los cracks vienen de su WhatsApp.
3. Construye comunidad, no dependencia. El equipo no es una herencia que cargas. Es una apuesta que haces en cada nuevo lugar.
Un Líder impostor llega con su gente. Un Líder de impacto llega para hacer crecer a la que ya está. Vale la pena preguntarle: ¿vas a liderar, o solo vienes a repetir tu fórmula con otros nombres?
Porque liderar no es cargar gente, es desarrollar sistemas que funcionen sin ti. Es dejar una huella, no una dependencia. Hoy más que nunca necesitamos líderes incómodos. Los que llegan a sumar, no a imponer. Los que se ganan el respeto, no lo traen ya empaquetado.
Un verdadero líder no se mide por cuántos lo sigue, sino por cuántos crecen cuando él ya no está.
Referencia: Mario Elsner. Conferencista internacional y mentor de líderes. CEO de Business Game Changers, escuela de formación de liderazgo.



