Por Pegaso
México no solo está envuelto en llamas por los incendios forestales. También lo está desde el punto de vista político y social.
El caso Teuchitlán ha cimbrado los cimientos de la 4T y ha hecho resurgir la división en que nos tuvo durante 6 años nuestro añorado Pejidente ALMO.
Además, en los últimos días, derivado del tema de la violencia, se ha generado una gran polémica en torno a la prohibición de los narcocorridos.
Resulta que el imberbe e infumable Peso Pluma, uno de los más populares cantantes de corridos tumbados o belicones, lanzó una crítica corrosiva a la recién fallecida Vaquita La del Barrio. Como consecuencia, se afirma que la Presidenta Claudia Shiquitibum lo ha considerado persona non grata en México porque ha osado criticar a un ícono de la música y la cultura popular.
En ciudades como México, Guadalajara y Tijuana se ha avivado la discusión y han surgido movimientos de protesta por la supuesta censura a la “libertad de expresión artística”.
Jóvenes y no tan jóvenes con pancartas exigiendo se respete su derecho de escuchar el tipo de canción que se les dé su regalada gana.
Pero en esto hay que ser muy puntuales. El tipo de “obra musical” que defienden está considerado como apología de delito.
Si me lo preguntan a mí, es el equivalente psicológico a las drogas duras. Es algo mucho más adictivo que la cocaína. Es el fentanilo de la mente. Chavos que quedan en calidad de zombies, maniatados y sometidos a la narcocultura.
La mente -tan porosa como una esponja- de los jóvenes es presa fácil de las sensaciones momentáneas, como dice el buen amigo Miguel Ángel Zedillo, experto en Programación Neurolingüística. Sí. Es como una droga que carcome la psique y le exige cada vez mayores dosis.
Porque, ¿a quién le va a gustar algo que hable sobre drogas, que haga elogio de criminales, que haga de la mujer un objeto sexual, que normalice todo tipo de violencia, crimen y muerte?
Solo a aquellos que ya están embebidos de la subcultura del narco. Que desafortunadamente, en México, suman muchos millones de individuos, principalmente nuestros niños y jóvenes, creo que desde que están en la placenta.
No es exagerar. En un video de hace algunos años, varios reporteros entrevistaban a la cantante y actriz Susana Zabaleta sobre ese tipo de música y cómo los padres hasta se ríen con sus pequeños hijos e hijas cuando la bailan y la disfrutan.
Criticaba la histriona aquella permisividad de los progenitores y se preguntaba hacia dónde nos está llevando la pérdida de valores provocada por ese tipo de “obras musicales”, como los corridos tumbados, los narcocorridos y el reggeton, que han envenenado la frágil mente de los chamacos: “Yo sí pienso que gracias a estas canciones misóginas que ustedes escuchan todo el día… ayer se me acercó una niña con un teléfono de su papá escuchando una canción donde decía que se la iba a llevar a un motel y que había que bajarle los pantalones y los calzones también. ¡Y la niña estaba bien feliz escuchando eso! ¿Sabes qué va a ser esa niña a los 13 años? Se la van a llevar a un motel y le van a bajar los pantalones y los calzones también. ¿Tú qué crees que va a ser esa niña?” Que opina la soprano mexicana Susana Zabaleta sobre la música Reggaeton.
Quienes van a los conciertos de Natanael Cano, de Peso Pluma y demás profesionales del berrido, la misoginia y la violencia, son los que defienden su adicción a esa droga tan adictiva que les entra por el oído y se instala firmemente en su cacumen.
¿Logrará el Gobierno prohibir los narcocorridos o cederá ante la presión de los adictos?
Viene el refrán estilo Pegaso: “¿A qué individuo le proporcionan pieza elaborada con sémola de triticum que prorrumpe en llanto?” (¿A quién le dan pan que llore?)