Por Pegaso
Quien lo ve con su cara tan bonita,
quien lo ve destrozando corazones.
Quien lo ve cuando partiendo plaza
se alborota y le tienen que gritar:
Quién pompó,
quién pompó.
Quien pompó residencia quien pompó.
Sirva la pegajosa melodía del cantante de música tropical tabasqueño Chico Ché para introducirnos al imposible y bizarro mundo del ínclito, perínclito y pluscuamperfecto Senador Norroña.
Siempre igualado, pero jamás imitado, Norroña era la viva imagen de la vida franciscana antes, cuando estaba igual de jodido que nosotros.
Vivió en la pobreza porque, hasta donde se sabe, nunca trabajó. Pero ahora, con su sueldazo de legislador empoderado, de miembro privilegiado de la élite gobernante, puede darse esos lujillos y no está obligado a vivir en la miseria, como los más de 50 millones de mexicanos que sacamos apenas para mal tragar.
Ahora, se puede dar gustos que antes no podía. Puede viajar a Europa, hospedarse en hoteles de superlujo, repostar en restaurantes de Estrella Michelín, pedir caviar de beluga, foi grass, cassoulet, merluza a la beurre blanc, sopa bullabaise, tapenade y quiché lorraine.
Y para limpiar el gañote, nada menos que un vinillo Chateau Greysac o un La Pépie Muscadet.
Cosas mucho más refinadas que aquellos tacos de ojo y suadero que se aventaba por las mañanas con su chesco, o acompañado de su chela bien helodia.
Recientemente se dio a conocer que 13 millones de mexicanos habían salido de la pobreza, pero para ser más exactos, creo que deben ser 13 millones, 001, si contamos al inefable Changoleón, quien a partir de ahora la también senadora Lilly Péllez deberá de dirigirse a él como Don Changoleón o El Señor Changoleón, porque el dinero tiene la virtud de otorgarte el “don”.
Título que a nosotros, los pobres, no nos queda para nada, porque un pobre con “don” no se oye bien. (¡Juar, juar, juaaaar! Nótese el hábil juego de palabras: Un pobre con “don”… un pobre condón).
Doce millones de pesos por una residencia sacada a crédito es una ganga. Cualquier hijo de vecina que gana el salario mínimo puede hacerlo.
No es que el Señor Norroña no tenga derecho a comprarse una casita ahora que ya tiene lana, sino que durante muchos, muchos años, se había llenado la boca promoviendo la pobreza franciscana junto al viejito que ahora vive en un paradisíaco rincón del edén, en La Chingada, Macuspana, Tabasco.
Ambos utilizaron la frase para ejemplificar el estilo de vida que los mexicanos, gobernantes o no, deberíamos seguir al pie de la letra en este mamotreto que se llama La Cuarta Transtornación.
“Deben tener solo un pantalón, una camisa y un par de zapatos”-recomendaba el ex pejidente, hinchándose de orgullo, porque siempre dijo que únicamente le bailaban 200 pesos en la bolsa.
Pero cuando empezaron a ver las ventajas de manejar el presupuesto, de asignarse sueldos y compensaciones que ya los quisiera un jeque árabe, se dieron cuenta que ellos también tienen derecho a ser aspiracionistas y neoliberales, a echarse un viajecito de vez en cuando, a comprarse casas y vehículos lujosos y a darse una vida que antes ni siquiera habían soñado.
Repito. No es que no puedan o no tengan derecho a hacerlo, pero me parece una burda tragicomedia y una marcada contradicción que, tras recomendar la pobreza franciscana no estén dispuestos a predicar con el ejemplo.
Por eso es tendencia la casa de Norroña.
Viene el refrán estilo Pegaso: “Can que inicia con ingesta de embrión de ave, a pesar de que le incineren las fauces”. (Perro que empieza a comer huevo, aunque le quemen el hocico).

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8/26/2025 9:47:04 PM
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