AL VUELO-Cocowash

AL VUELO-Cocowash

Por Pegaso

Si algún diputado o senador está leyendo esto, le ruego, por bien de la República, que no haga caso omiso y actúe de manera rápida, empática y patriótica, anteponiendo los más nobles sentimientos al interés político o económico que puedan tener cada uno de ellos.
A la hora que quieran les puedo presentar una iniciativa ciudadana con proyecto de ley para que cada músico que interprete canciones misóginas o haga apología de delito se obligue a cumplir con determinada cantidad de horas en un curso que les enseñe la manera en que la música puede influir en el comportamiento de las personas.
¿Les suena familiar el término “cocowash”, que se traduce al español como “lavado de cerebro” o “lavado de coco”?
Ese es el efecto más conocido pero menos estudiado y peor reglamentado de la música.
Desde tiempos antiguos ya se sabía que el sonido puede moldear nuestro carácter.
Los griegos, que creían en el alma, decían que, como la música, es una especie de armonía, si nos acostumbramos a escuchar música ruidosa, cacofónica y violenta, nuestra alma tenderá a ser violenta. Por el contrario, si escuchamos música relajada, nuestra alma será relajada por un principio de resonancia.
Quien escucha música violenta, suele ser violento. Quien escucha música misógina, es probable que sea misógino.
Con la música nos lavan el coco. Funciona a nivel del subconsciente, o sea, que no nos damos cuenta de lo que nos están haciendo. Solo nos gusta lo que escuchamos, pero no creemos que tenga consecuencias.
Narcocorridos, corridos tumbados y canciones beliconas, que hacen apología de los capos, nos muestran ese tipo de vida sanguinario y violento como un modelo deseable. De esa manera, la delincuencia organizada se garantiza una cantera de futuros potenciales miembros, aún desde que son muy jóvenes.
El curso que propongo a diputados y senadores no violenta el derecho a la libertad de expresión, como han manifestado muchos de los cantantes del llamado regional mexicano, sino que los pone ante la disyuntiva de conocer la verdad sobre los efectos psicológicos y subliminales de su música, o seguir adelante con ella, a pesar del daño tan tremendo que provocan.
No quiero que se borre de tajo ese tipo de “arte”, sino que se legisle para dar a la población un elemento de defensa. Así como cuando a alguien se le obliga a tomar un curso de manejo antes de sacar licencia de conducir, porque se sabe que un auto es un arma en potencia, así se debería exigir una licencia para cantar o componer música.
Algunos políticos y gobernadores de Estados ya se barruntan el efecto negativo sobre la psique de la gente, principalmente de los estratos socioeconómicos bajos y han generado leyes que prohíben presentaciones masivas. Tal vez, y solo lo digo como posibilidad, son personas que han leído La República, de Platón.
Si algún diputado, diputada, senador o senadora se interesa en mis palabras, al haber leído este Trazado de Arquitectura, sería lo primero que le recomendaría: Lea a Platón. Lea La República. Ahí se dará cuenta del inmenso poder que tiene la música sobre la conducta del individuo.
Sin el curso que propongo, seguiremos igual o peor.
Ahora que, si con eso los autores y cantantes de narcocorridos siguen haciendo lo que hacen, recomiendo utilizar la Técnica Ludovico que se ve en la película La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, por su nombre original en inglés. Película estrenada en 1971. Director: Stanley Kubrick. Protagonistas: Malcolm McDowell, Patrick Magee, Adrienne Corr y Mirian Karlin), donde “El Pequeño Alex”, un delincuente juvenil adicto a la ultraviolencia, es sometido por el gobierno a un lavado de coco mediante una técnica que lo obliga a escuchar música relajante y ver solo escenas de amor.
No lo tomen a la ligera. El Pueblo Bueno y sabio se los agradecerá.
Viene el refrán estilo Pegaso: “Can que ingiere embrión de ave, a pesar de que le incineren la probóscide”. (Perro que come huevo, ni aunque le quemen el hocico).

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