Por Pegaso
Hubo un tiempo en que nuestros padres y abuelos, si decíamos alguna majadería, agarraban un tizón del horno y nos lo restregaban en el hocico. Resultado: Jamás volvíamos a decir una mala palabra en el resto de nuestras vidas.
Crecíamos con el temor al castigo, idea muy imbuida por la doctrina cristiana donde es necesaria la penitencia para alcanzar el perdón.
Puedes ser el más irredento criminal o asesino, pero si en el último segundo de tu vida te arrepientes de todos tus pecados, quedas más limpio que la Madre Teresa y ya puedes pasar al cielo con San Píter.
Los griegos, que eran tan sabios, ya sabían que el castigo es una oportunidad del individuo de reflexionar acerca de lo bueno y malo que ha hecho, y en su caso, corregirlo.
En la actualidad los delincuentes van a la cárcel como forma de castigo impuesto por la sociedad. La diferencia es que ahí no se redimen, sino que aprenden nuevas mañas y salen con un mayor resentimiento.
A lo que me refiero es que los tiempos han cambiado drásticamente y ahora lo podemos ver en todos los ámbitos de la vida.
Apenas ayer comentaba yo en Facebook sobre un grupo de jóvenes pintados de payasitos que andaban haciendo una dinámica conocida como “Ojitos Mentirosos”. Utilicé deliberadamente la palabra “pinches” para referirme a ellos, con el afán de iniciar una discusión sobre el tema.
Y hubo algunos que consideraron un ataque a la libertad de desarrollo y a la libertad de expresión de los muchachos, pero la idea fue generar polémica.
A ver. Porque la palabra “pinche” -decía yo-, ahora es algo tan trivial e inofensivo, más propio para niños de pecho. Ahora las palabras que utilizan los jóvenes desde 3 hasta 40 años son mucho más descriptivas, se refieren abiertamente al nombre vulgar de la parte sexual del hombre y la pronuncian a cada rato, en cada ocasión que tienen, sin sacársela un momento de la boca. Chavos, chavas y chaves. Es como si ya trajeran un chip incorporado con esa palabra.
Si nuestros abuelos revivieran, no solo agarrarían el tizón del horno, sino que les colocarían una granada fragmentaria o un misil tierra-aire para que no volvieran a proferir tal blasfemia.
Vi recientemente una noticia en la que el Gobernador de Florida firmó un decreto permitiendo a los maestros aplicar nuevamente castigos corporales a los chamacos viciosos y violentos que abundan en los planteles.
Aquí, en México, hace unos días un estudiante que sabía karate le puso una chinga a un maestro porque éste se le bañaba seguido. El acto de justicia por propia mano tuvo como consecuencia el cese del maestro, pero no hubo consecuencia para el golpeador.
¡Qué tanta falta hace una buena corrección desde temprana edad! Mi Pegasita, que pertenece a una congregación cristiana, cada rato me dice que a los jóvenes se les debe aplicar una varita de corrección, y ahí sí le doy la razón.
Todavía a mí me tocó que la maestra, para castigarme, me hizo pasar al frente del grupo con las manos extendidas. Tomó una regla grande de madera que usaba para hacer los trazos de geometría y me atizó varios golpes.
-“¡Y si quitas las manos van dobles!”-me decía. Y hasta creo que lo disfrutaba.
Después llegaron las primeras oleadas progre, con los derechos humanos y toda esa retahíla de ideas que hasta nuestro tiempo brindan mayor protección al delincuente que a la víctima.
Se eliminó de las escuelas la asignatura de Civismo y se archivó definitivamente el Manual de Buenas Costumbres de Carreño.
Todo eso se lo pasaron por el arco del triunfo y ahora estamos pagando las consecuencias.
Y no me refiero con eso solamente a las cacofónicas palabras que se están usando ahora, que en boca de jovencitas suena demasiado vulgar, sino a que esa falta de corrección que no tuvieron se refleja en lo que los especialistas llaman “la banalidad del mal”, donde todos los valores morales y éticos se tuercen, y hacen deseable todo lo que se relaciona con la violencia y el crimen.
Ya no los canso más. Los dejo con el refrán estilo Pegaso que dice así: “Reproduce aves de la especie Corvus corax y procederán a extraerte los glóbulos oculares”. (Cría cuervos y te sacarán los ojos).

