Por Pegaso
“¡Bah! Si al cabo estaba asegurado.”
“Es la necesidad de la gente”.
“Es que se iban a echar a perder”.
¡Mentira! Cuando alguien tiene la cultura del respeto a la propiedad ajena los pretextos salen sobrando.
En Japón, Corea y otros países asiáticos, puedes estar en un parque y dejar olvidada tu billetera. Con toda seguridad al día siguiente volverás al mismo lugar y la encontrarás intacta.
Cuántas veces en México hemos olvidado nuestra tarjeta en un cajero automático y cuando regresamos un rato después a buscarla, simplemente ha volado y nadie sabe de ella.
Lo más seguro es que en ese momento la persona que la tomó esté tratando de adivinar el NIP en algún otro cajero para ver cuánta lana puede sacar.
Un amigo al que quiero y admiro mucho me decía que fui muy duro con las personas que acudieron en tropel, como aves de rapiña, a abastecerse de mangos, luego que un camión de transporte volcó sobre el Libramiento Sur de aquí, de Reynosa.
A estas alturas, un artista anónimo ya convirtió las fotos que fueron tomadas en el lugar en bonitas caricaturas, que pronto se harán virales.
Solo falta el “Corrido de los Mangos” para completar el círculo virtuoso de la viralización.
No debemos normalizar hechos como este.
Se han realizado estudios de algo que se conoce como “banalización del mal”, concepto que se debe a la filósofa judía Hannah Arendt.
La banalización del mal se refiere al hecho de cometer uno o más actos considerados malos sin que la persona sea necesariamente malvada.
Es simplemente que las pequeñas cosas malas se van haciendo costumbre, se van normalizando, se van banalizando hasta que de pronto, todos los valores se retuercen, se trastocan y se sustituyen por sus contrarios.
Si hablamos de la cultura del narco, ésta entró poco a poco, casi sin sentirlo. Lo fuimos viendo como algo normal. Cada avance, cada vuelta de tornillo ni siquiera fue notado, hasta que ya no hubo marcha atrás.
Somos una sociedad fallida, precisamente porque hemos normalizado y banalizado las cosas negativas.
No nos importa que un chofer de camión haya volcado y se haya provocado heridas graves, mientras nosotros tenemos unos jugosos mangos para comer o vender.
No nos importa si cientos de personas están desapareciendo, mientras no nos toque a nosotros.
No nos importa tener de vecino a un redomado delincuente, mientras no nos cause daño a nosotros.
En cierta ocasión hice un pequeño experimento.
En una banca de una plaza pública, una señora olvidó un llavero. Llegué hasta ese lugar y me senté al lado, esperando que llegara la dueña, pero ésta se tardaba.
Sin embargo, llegó otra mujer e hizo el intento de tomarlas. Le pregunté si eran de ella y me dijo que no.
La cuestioné sobre el motivo por el cual quería tomarlas y me dijo que porque estaban solas en la banca.
“Señora -le dije sobriamente-: Si no son suyas, no las tome. Ya vendrá la dueña”. Y se retiró sin decir nada más.
Es difícil que cambiemos el chip de chingar al prójimo y de apoderarnos de lo que no es nuestro.
Tomar mangos de un camión que se volcó es un delito aquí y en China, pero hay quienes lo justifican con frases como las que mencioné líneas arriba.
Hasta donde yo sé, no hay hambruna en Reynosa. Pero sí que hay personas que están esperando la oportunidad de obtener beneficios fáciles y rápidos, como los que se obtienen de la rapiña. Ya están maleados.
Ni modo. Así semos los mexicanos-dijo uno en las redes sociales.
Venga el refrán estilo Pegaso: “¡Introdúzcase, pequeña clientecita! ¡A una decena de unidades monetarias mexicanas el kilogramo del fruto del árbol Mangifera indicaaaa!”. (¡Pásele, marchantita! ¡A diez pesos el kilo de mangoooo!)
(Crédito de las fotos a quien corresponda).