Por Pegaso
De los personajes de tiras cómicas y revistas que solía leer cuando era un pegaso chaval me gustaban, por supuesto, Bugs Bunny, Porky, El Correcaminos, Piolín y El Marciano.
Cada uno tenía sus propias características.
Por ejemplo, Porky era un cerdito que andaba prácticamente en cueros. Solo usaba un saco azul y una corbata de moño roja.
En nuestra infantil mentecita no nos llegábamos a preguntar porqué el rollizo personaje no llevaba pantalón, y mucho menos, por qué no se le veía el pilín, si se supone que era del género masculino.
Era novio de Petunia, una cerdita que por lo menos traía un vestido azul y unos moñitos rojos en la punta de las trenzas.
Porky era tío de un lechoncito llamado Cicerón, que se diferenciaba del primero porque, además de traer saco azul, portaba una corbata de moño en color negro y un sombrero de marinero. Pero igualmente, iba destapado de la cintura para abajo.
Ignoro por qué los dibujantes y escritores de esas historietas no aludían a un parentesco directo entre los personajes. Como ya dije, Cicerón era sobrino, no hijo de Porky, al igual que Hugo, Paco y Luis eran sobrinos de Donald.
Este último tenía una novia llamada Daisy, ¿y a que no se imagina qué? ¡Los dos iban desnudos de la cintura para abajo!
Cándida nuestra imaginación de aquel entonces que no nos percatábamos de su desnudez, como se supone que en el relato del Génesis andaban Adán y Eva, quienes solo se dieron cuenta que no llevaban prenda alguna cuando comieron del fruto prohibido.
Perdida ya nuestro inicial candor, podemos hacer sesudas reflexiones sobre aquellos entrañables dibujitos que influyeron en nuestra formación como individuos.
Hay quienes suponen que en realidad, Cicerón era hijo fuera del matrimonio de Porky y Petunia, y que los tres patitos lo eran de Donald y Daisy.
Muchas cosas pasaban en esas caricaturas vestidas de inocencia.
A ver, ¿para qué querían Silvestre y El Coyote atrapar a Piolín y al Correcaminos? ¡Pues para devorarlos, obviamente! Las historias transcurrían en un absurdo: Los cazadores jamás lograron conseguir su propósito de engullir a sus víctimas. Por el contrario, caían en sus propias trampas.
Eso evitaba dar a los tiernos infantes una escena grotesca, a pesar de que en ocasiones Silvestre lograba tragar entero a Piolín, pero llegaba La Abuelita a tiempo y se lo sacaba a punta de escobazos.
En cambio, El Coyote lo más lejos que llegó fue a sostener al Correcaminos del cuello por breves instantes, pero pronto el ave, con un insufrible ¡bip-bip!, se liberaba y salía corriendo a la velocidad de la luz.
Esos fueron personajes de la serie Looney Tunes. Si nos vamos a Hanna-Barbera, encontramos caracteres similares.
Tom es un gato que siempre anda tras los pasos de Jerry, un ratón que siempre se le escabulle gracias a su ingenio. En este caso, ambos personajes andan completamente desnudos y no hay ningún complejo en torno a eso.
Como mis dos o tres lectores podrán notar, la mayor parte de los personajes de las tiras cómicas son animales antropomorfizados, es decir, con atributos humanos.
Tribilín es un perro, y tiene como mascota ¡a otro perro! llamado Pluto.
¿Por qué uno si fue diseñado como perro y el otro no, si pertenecen a la misma especie?
Ya para terminar, una de mis series favoritas de aquellos tiempos infantiles fue Don Gato y su Pandilla, integrada, claro, por Don Gato, un minino con ínfulas de mafioso, que siempre está rodeado por una bola de gatos inútiles como Demóstenes, Cucho, Panza, Espanto y Benito Bodoque. Este último es un cándido adolescente que se arrima a la pandilla para tener un sentido de pertenencia. Siempre son perseguidos por un oficial de policía llamado Matute.
Por cierto, quiero cerrar este espacio con un pequeño chistorete:
Andaba Benito Bodoque por el callejón, cuando ve a Don Gato y al resto de los felinos que iban a toda carrera detrás de una linda gatita.
Esta logra subirse a un poste y los gatos empezaron a correr en círculo diciendo: “¡Vamos a fornicar! ¡Vamos a fornicar!”
En eso, se acercó Benito y les dijo: “Oiga, Don Gato, ¿puedo andar con ustedes?”
Y Don Gato le contestó: “Claro, Benitín. Ven a dar vueltas con nosotros”.
Y así, siguieron en derredor del poste, siempre diciendo: “¡Vamos a fornicar!¡Vamos a fornicar!”
De tantas vueltas, Benito se sintió mareado y le dijo a Don Gato: “Oiga, Don Gato, yo nada más tres fornicadas más y me voy a mi casita”.
Termino con el refrán estilo Pegaso, cortesía de Porky: “¡Es cua-, es cua-, es cuanto, camaradas!” (¡Eso es to-, eso es to-, esto es todo, amigos!)

Publicado enColumnas