Por Pegaso
¿Soy yo el que piensa mal o son estas generaciones precoces que quieren darle vuelo a la hilacha en cuanto empiezan a sentir ñáñaras?
Ya van varias jovencitas de entre 13 y 15 años que se hacen las desaparecidas y al día siguiente aparecen muy orondas en su casa, luego de disparar el Protocolo de Búsqueda Inmediata y provocarle un patatús, telele, chiripiorca, váguido, tamafat o zupiritaco a sus angustiados progenitores.
¡Ya nilingan!-como decía alguien que no quería decir: ¡Ya ni la chingan!
Pero la culpa es de los padres, por no enseñarles primero a limpiarse el jundillo y después pensar en los deleites de Himeneo.
Y sucede que unas horas después de “desaparecida” (ahora se empezó a utilizar el eufemismo “no localizada”), los padres mueven piedra y lodo, implorando el apoyo de los grupos de búsqueda y las redes sociales para dar con su angelito.
No digo que pasa en todos los casos, pero parece ser que la huercada ya lo agarró como deporte.
Hace unos cuantos años se hizo viral un reto entre adolescentes: Esconderse en un sitio solitario por tres días, sin comunicación, sin nada que indicara su paradero. Ganaba el que más tiempo durara.
Ignoro si a eso están jugando los chavos, pero por lo que se ha sabido, son chicas púberes que de alguna manera tienen contacto con el maruchero o estaca del barrio, de los que hay en cada esquina, y este las convence de que se fuguen con ellos.
Las chicas, encandiladas, embelesadas por el tipo de vida que llevan esos gaznápiros, se ganchan y creen que vivirán una emocionante aventura, entre autos lujosos, dinero y viajes.
En otros casos son simples ocurrencias, donde se ponen de acuerdo con el amiguito de la escuela para hacerse la pinta sin avisar a nadie.
¿Y qué ocurre cuando aparecen? Los papás no quieren dar más información para no manchar la reputación de sus princesas.
Mientras tanto, todo el esfuerzo de los grupos de búsqueda, el tiempo perdido en las redes sociales, o la distracción que se provoca en las dependencias de seguridad pública, resultan en vano.
También está el caso de las personas que sin deberla ni temerla, salen “quemados” a causa de la irresponsabilidad de los jóvenes calenturientos. Esto fue lo que pasó con un operador de Didi que llevó a una chamaca a un lugar y de ahí ya no supo nada. Tuvo que acudir a hacer su declaración al Ministerio Público y se ha visto envuelto en comentarios de odio como resultado de una travesurilla de adolescentes.
No se vale decir: “Pero bueno, lo importante es que ya apareció”.
No. Los grupos de búsqueda, Derechos Humanos, las autoridades, las redes sociales y nosotros, los periodistas, debemos reeducar a la sociedad para que vuelvan a acercarse a sus hijos y platiquen con ellos, que sepan con quién se juntan o qué contactos tienen en Facebook.
También, y esta es una recomendación personal, si alguien tiene hijas jóvenes de buena apariencia que se van a pie solas a la escuela o al trabajo, checar si en el trayecto hay marucheros que las puedan seducir con sus “encantos” o su labia. Hay demasiados casos de esos. Con el paso de los meses, resultan embarazadas y quienes cargan con la bendición son los familiares, porque esos vagos nunca se van a hacer cargo de su chistecito
Todo esto que digo es muy serio. No lo echen en saco roto y así evitaremos que haya más llamadas en falso. No vaya a pasar lo mismo que en el cuento de Pedrito y el Lobo, que cuando resultó ser cierto ya nadie le creyó.
Viene el refrán estilo Pegaso: “Es más valioso afirmar “en este sitio apresuró el paso que en este sitio permaneció”. (Más vale “aquí corrió que aquí quedó”).

