EDITORIAL
En el firmamento de la música mexicana hubo cuatro estrellas de primera magnitud. La quinta jamás llegó.
Jorge Negrete, el cantante de la voz poderosa, Pedro Infante, el de la voz suave y arrulladora, Javier Solís, de voz potente y suave al mismo tiempo y José Alfredo Jiménez, el mayor y más recordado compositor.
Nuestro Cornelio Reyna quiso ser la Quinta Estrella, pero no le alcanzó ni la voz ni la apostura. Cantaba en la década de los setenta: “Ya tenemos cuatro estrellas en el cielo que iluminan nuestro mundo sin igual: Son Javier, Pedro, Jorge y José Alfredo que hace poco nos acaba de dejar. Todo el mundo los recuerda con el alma porque siempre se entregaron con amor. Otra vez nuestro pueblo está de luto, ya se ha ido nuestro gran compositor”.
En una de sus películas le dice el Flaco Ibáñez: “Y tú que querías ser la quinta estrella”.
México recuerda a esos cuatro grandes y en su momento, le lloró a cada uno de ellos en su tumba.
La década de los cuarenta estuvo dominada por Jorge Negrete, un charro cantor con una portentosa y potente voz de barítono. A su muerte, el 5 de diciembre de 1953, considerado día de luto nacional, México se paralizó. Multitudes acudieron a despedir a su ídolo y su féretro fue cubierto con una bandera nacional.
Para cuando Jorge Negrete estaba en la cima, hacía años que había surgido un carismático cantante de voz acariciadora y suave, llamado Pedro Infante. Pronto llegó a ser famoso e incluso, llegó a superar a Negrete. Los vimos juntos en la película “Dos Tipos de Cuidado”, donde escenifican una memorable copla. Pedro admiraba a Jorge y entre ambos llevaron la música mexicana a su más alto nivel.
Infante dominó el escenario de la música nacional en la década de los 50s.
Cuando falleció en un accidente aéreo, el 15 de abril de 1957, nuevamente las masas se arremolinaron en derredor de su ídolo. Otra vez el pueblo estaba de luto.
Entre los muchos artistas que asistieron a su funeral estaba un joven que cantaba como los ángeles. De hecho, ahí mismo interpretó la canción “Grito Prisionero”, una de las preferidas de Pedro Infante, que a la postre se convertiría en su inspiración.
Hay una anécdota donde se cuenta que Pedro Infante iba pasando por el estudio de quien fue su profesor de canto, Noé Quintero y mientras lo saludaba, escuchó en el fondo a un hombre que cantaba con voz melodiosa, suave y potente al mismo tiempo. Era Gabriel Siria Levario, quien después sería conocido en el mundo entero como Javier Solís.
Solís tenía una voz potente, como la de Jorge Negrete y suave, como la de Pedro Infante.
Como ocurrió con sus antecesores, Javier Solís dominó la década de los sesenta y fue conocido como El Rey del Bolero Ranchero.
Murió muy joven, a los 35 años de edad, pero su legado lo han colocado en el firmamento nacional junto a los otros cuatro inmortales de la música.
Como en las dos ocasiones, México se enlutó. Y desde entonces ha estado esperando a la Quinta Estrella que quizás nunca llegue.
